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miércoles, 3 de enero de 2018

Historia en cuentos. Un libro escrito como lectura para aprender historia de forma amena.

El libro Historia en cuentos: de la prehistoria al Renacimiento está creado para servir de lectura a los alumnos de final de primaria, secundaria y primera etapa universitaria. Son doce narraciones con una extensión que permite su lectura en clase o bien secuenciarlo como una lectura diaria en casa.





Todas las aventuras están protagonizadas por niños o jóvenes y transcurre en una época distinta, de la que se describen sus principales rasgos culturales e hitos históricos. 





Sinopsis  de los 12 relatos


1.   Paleolítico  28000 aC. Al sur de la península ibérica.

Zarsi y Bilgu, unos niños homo sapiens se encuentran con un joven gigante de pelo rojo, un neanderthal. El extraño humano les lleva a su campamento para que puedan pasar la noche pero los adultos de su raza les miraran con desconfianza. Las cosas se van a poner peor, la familia de Zarsi y Bilgu les están buscando. En esta historia los lectores podrán ver las diferencias y similitudes entre las dos especies humanas que poblaron Europa, sus culturas, formas de relacionarse y sobrevivir ante un mundo duro y en ocasiones, cruel.

2. Neolítico 9300 aC. Creciente fértil.

En la zona del Creciente Fértil un niño, Nishin, intenta demostrarle a su padre y a sus hermanos que sabe tallar la piedra , sin embargo, descubrirá algo más importante, la agricultura y con ello cambiará la historia del mundo. En este cuento se describe el paso de la sociedad recolectora a la productora, tanto en sus aspectos materiales (fabricación de útiles de labranza, alfarería, Etc) como sociales.

3. Las primeras civilizaciones: Egipto 2575 aC. Egipto.

A un obrero de las pirámides le es confiado un gran secreto de su construcción, sin embargo, este le será robado y ha de recuperarlo.

4. Antigua Grecia. 431 aC. Atenas.

Una doncella es obligada a casarse con alguien al que no ama, decide acudir a la asamblea de Atenas a pedir ayuda al gran Pericles.

5. Roma. 102 dC. Roma.

Dos niños presencian como se urde una conjura para asesinar al emperador Trajano y trataran de impedirlo en una corte donde todos son sospechosos.

6. Caída del imperio romano. 438 dC. Sur de Hispania.

Una niña huya a través de toda Hispania en busca de refugio en la ciudad de Córdoba, donde viven sus abuelos. Un viejo soldado romano, testigo de la caída de Roma, la protegerá de los bárbaros.

7. Bizancio. 532 dC. Bizancio.

Un joven lechero salva a un arquitecto famoso durante el terremoto que destruye la cúpula de Santa Sofía de Constantinopla. Él sueña con reconstruirla

8. Expansión del Islam. 634 dC. Damasco.

Damasco, la perla del imperio bizantino, es conquistada por las tropa islámicas. Un adolescente musulmán será testigo de la toma y del estado en el que quedan sus habitantes.

9. Alta edad media. 820 dC. Bretaña.

Los vikingos se acercan a un monasterio que conserva una biblioteca única. Un monje tiene que decidir entre ponerse a salvo o cuidar de los libros.

10. Al-Ándalus. 962 dC. Córdoba.

En una ciudad donde conviven las tres religiones, un rico judío llama a un famoso médico musulmán para que ayude a su esposo en el parto. Con él, su joven ayudante será testigo de las diferencias culturales y de los prejuicios.

11. Descubrimiento de América. 1492 d. C. Granada.

Un adolescente acude al campamento de Santa Fe en busca de trabajo y allí encuentra a un extraño marino que guarda un gran secreto y en el que nadie confía.

12. El Renacimiento. 1501 d.C. Venecia

Al gran Leonardo Da Vinci le han robado un invento que puede suponer la caída de Venecia en manos de los turcos. El Dux de la ciudad le encarga a su mejor agente secreto que lo recupere.

Está disponible en formato digital en las principales plataformas y en libro físico en los diferentes Amazon. (ES, COM, TX...)

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El primer relato completo, el que corresponde al Paleolítico. Se describen y comparan las diferencias físicas entre Homo Sapiens y Neandertales así como sus culturas y formas de vida. Este relato en concreto fue pensado para mis alumnos de 1º de ESO, es decir, de 12 a 13 años, pero podréis ver que se ajusta a más edades.

28000 aC. Al sur de la península ibérica.



¡Zarsi! ¡Hemos de volver! Se va a hacer de noche. ¡Papá se enfadará!
¡Ya casi lo tengo!
La niña corría entre las jaras y saltaba sobre las piedras como un gamo. Aquel conejo no se le escaparía por más que el asustadizo de su hermano Bilgu, que le seguía con la lengua afuera, quisiera detenerla. Aquel conejillo suponía carne para su tribu y esta no se conseguía todos los días, pero lo más importante para ella era que su padre, Urgo el fuerte, jefe de todo su clan, vería que una niña podía cazar y no solo quedarse detrás de los hombres.
Ya eres mío.
El conejo había cometido un error fatal. Había dejado atrás el terreno escarpado donde podría haberse escondido y corría ahora por un llano. Zarsi se detuvo en seco, sacó un piedra aguzada que guardaba en una bolsita de piel y armó con ella su honda. Giró aquellas tiras de cuero sobre su cabeza sin dejar de mirar el punto gris que era el conejo y se dispuso a disparar cuando de pronto, algo golpeó al conejo. Un palo lanzado por alguien le había arrebatado su presa.
Zarsi rabió. Llevaba mucho tiempo detrás de aquel conejo y lo sentía suyo. Alzó su mirada y vio al cazador. Era un niño cubierto de pieles sin curtir y que estaba de pie a una distancia de veinte pasos.
           –¡Hey! ¡Ese era mi conejo! –gritó Zarsi.
Estaba tan enfadada que se dirigió hacia esa persona, pero cuando estaba a cinco pasos se paró en seco. Aquel niño no era de su tribu, es más, no era como nadie que hubiera visto jamás. Tenía el pelo del color de la sangre seca y los ojos como musgo fresco, cosa que no había visto nunca y era más alto que ella y sobretodo más fuerte. Las bastas pieles de venado no podían disimilar la anchura de sus hombros, pero lo que más le llamaba la atención era su frente, ancha y saliente y su mentón, o mejor dicho, su no mentón, porque no tenía.
Estaban frente a frente, a solo unos pasos, cuando oyó los resoplidos de Bilgu, su hermano, que se quedaba parado justo detrás de ella.
            –¿Quién es este Zarsi? –preguntó Bilgu con la voz temblándole.
El desconocido estaba tan sorprendido como ellos, con los ojos verdes abiertos de par en par. Él tampoco  había visto a niños como aquellos y parecía que estaba decidiendo si tenía que salir corriendo o estrujarles con sus fuertes manos. Finalmente sonrió de oreja a oreja mostrando unos dientes ladeados y algo ya desgastados, pero eso no les llamó la atención a Zarsi y a Bilgu, pues en su tribu era normal cortar el cuero y la carne con los dientes y eso pasaba factura.
             –¡Jurgal! ¡Jurgal! –dijo aquel joven fortachón señalándose al pecho.
            –Yo soy Zarsi. –dijo la niña comprendiendo que el extraño se había presentado.
¡Vámonos! ¡Vámonos! ¿No ves que no  es de los nuestros? –dijo un  Bilgu que parecía que estaba a punto de hacerse pis en el taparrabos de cuero.
A Zarsi no le dio tiempo para responder a su hermano. Súbitamente se vieron acompañados por gigantes salidos de no se sabía dónde. Una docena de hombres y mujeres enormes y musculosos cubiertos de pieles sin  curtir y sin mentón les habían rodeado. La luz del sol moribundo los volvía aún más extraños, quitándoles cualquier parecido con un ser humano. Los niños  volvieron a sentir miedo, como siempre se tiene miedo ante lo desconocido.
¡Jurgal uf ujal! –dijo Jurgal señalando a los recién llegados sin parar de sonreír, como queriendo tranquilizar a los niños. Sin embargo, los recién llegados no sonreían y una ráfaga de aire frio que anunciaba el fin del día heló aun más a Zarsi y a Bilgu.
            –¡Jurgal uf ujal! ¡Jurgal uf ujal! –repitió.
Creo que es su familia. –Dijo Zarsi temblando de frio y de miedo porque se hacía de noche y se había dado cuenta de que no sería capaz de volver a casa en la oscuridad.
El sol era ya poco más que una línea en el horizonte y los gigantes se pusieron nerviosos. A todos les daba terror la noche cuando el frío y los animales salvajes campaban a sus anchas. A lo lejos se escuchó el aullido de un lobo.
Arjoa uf ujarclic. Urque uui –gruñó más que habló uno de los gigantes, el que parecía más viejo.
Inmediatamente todos se pusieron en camino, la noche no debía cogerles al descubierto.
Jurgal tomó la mano de Zarsi y aunque el contacto era áspero, lo hizo con delicadeza. Tiró de ella para que los acompañara.
             –Bilgu, tenemos que irnos con ellos.
             –Pero… se nos comerán.
             –No creo que quieran hacerlo, han tenido oportunidad.
             –Pero papá se enfadará.
             –Se enfadará más si nos comen los lobos.
Zarsi no esperó la reacción de su hermano, sino que se puso a andar con el grupo de extraños  humanos y al lado de Jurgal, que no paraba de sonreír enseñando una mella entre sus dientes. Bilgu echó a andar también. Por nada del mundo quería quedarse solo.
El campamento de los gigantes no estaba lejos. Era una cueva en una pared rocosa de cara al mar. Allí les esperaban otros humanos como ellos, altos y sin mentón que se calentaban en torno a un fuego. Cuando Zarsi estuvo cerca se dio cuenta de que eran tantos como dedos tenía su mano y eran viejos, muy viejos, pues su pelo se había vuelto blanco.
– ¿Cuántos ciclos de estaciones tendrá el mayor? –Se preguntó Zarsi. – ¿Treinta y cinco? ¿Cuarenta? – Con la gente tan vieja le costaba calcular.
Una anciana con una cicatriz que le cruzaba la cara se acercó, apoyándose en un bastón, a los recién llegados, pero sus ojos se concentraron en los dos niños pequeños y los señaló con su huesuda mano. No había afecto en su mirada y empezó a hablar en su lengua al que aparentaba ser el jefe, aquel gigante mayor que había ordenado la marcha. Zarsi no la entendía, pero por su forma de mirarlos y gesticular adivinó que ella ya había visto antes a gente como ellos y la experiencia no fue buena. El jefe se encogió de hombros y se desentendió. Parecía que el asunto de dos niños para él no era demasiado importante. Terció Jurgal y les señaló un lugar junto al fuego para que se sentasen, procurando quedarse al lado de Zarsi. Allí se fueron concentrando todos los miembros de la tribu. Como los dedos de sus dos manos y dos más en total, fue capaz de contar. Los recién  llegados traían provisiones con ellos. Zarsi vio que portaban una rama con moras maduras y un par de conejos, incluido el que ella había perseguido. No parecía mucho para un grupo tan grande y dudó que compartieran la comida con ella.
Dos de las mujeres cogieron los conejos y comenzaron a desollarlos ayudándose de unas grandes piedras talladas, igual a como lo hacia la familia de Zarsi, pero a la niña le dio la impresión de que la talla era más tosca; los suyos se bastaban con pequeñas piedras aguzadas para descarnar cualquier cosa. Después de quitarles la piel, los destriparon y los atravesaron con dos palos para ponerlos cerca de las brasas del fuego. Mientras tanto, la tribu comenzó a pasarse la rama de moras para que cada uno fuera cogiendo una por turno. Cuando llegó el turno de Bilgu el que tenía la rama dudó, pero finalmente se la dio. Bilgu cogió una mora, se la metió en la boca y le gustó, por lo que cogió otra e hizo lo mismo, cuando iba a coger la tercera, todo el grupo empezó a rugir, por lo que Zarsi le dio un codazo y Bilgu, de nuevo con la cara de hacerse pis encima, le pasó la rama. Zarsi tuvo el buen sentido de solo coger una. Así se fue pasando la rama de uno en uno hasta que se acabaron los frutos. Zarsi pensó que hubiera sido más inteligente el coger todas las moras de una vez y repartir a cada uno lo que le correspondía, pero eso sabía que era difícil, había que contar y parecía que no sabían hacerlo. Saber contar era algo de lo que Zarsi estaba muy orgullosa, pues era capaz de contar mejor que ningún niño de su tribu usando para ello los dedos de sus manos y de sus pies e incluso ayudándose con piedrecillas para no perderse cuando se aventuraba más lejos. Osuber, el brujo de la tribu, le había enseñado.
Los conejos empezaban a dorarse y a oler de forma deliciosa y más cuando vio que les echaban un poquito de sal. Ya era  noche cerrada cuando empezaron a pasarse los conejos. Cada uno dio una dentellada y la niña tuvo buen cuidado de que su hermano no se comiera un pedazo demasiado grande, lo que fue visto con buenos ojos por el jefe y por Jurgal que sonreía al ver que su nueva amiga era lista.

Los gigantes, aunque ya no le parecían tales, ni monstruos, sino humanos como ella solo que algo diferentes, empezaron a reír tras la comida y a charlar en lo que sin duda era una lengua como la suya, aunque pensó que era más simple, pero no por ello dejaba de ser un lenguaje. Se contaban los unos a los otros como les había ido el día y lo que habían visto, incluso hubo quien hizo el intento de comunicarse con Zarsi y Bilgu, sin conseguirlo claro, pero al menos el lenguaje de los gestos era una ayuda. Comer, beber, acercarse al fuego para estar caliente, era algo que transmitían sin esfuerzo. Parecía que ya los consideraban unos miembros más del clan, aunque la vieja de la cicatriz no les quitaba ojo y no había que ser muy listos para darse cuenta de que no los quería allí.
La noche avanzaba y el frío del viento empezaba a dominar al calor de un fuego que se extinguía. Aquellos seres empezaron a levantarse uno a uno en dirección a la cueva. Zarsi cogió a Bilgu del brazo y buscó un hueco donde pudieran echarse mientras veía cómo uno de los miembros más viejos del clan cogía un ascua y la introducía en una cazoleta hecha de huesos y astas de venado. Allí dormiría el fuego,  que era la posesión más importante de la tribu, hasta el día siguiente. En su tribu también hacían algo similar, pues encender fuego era difícil, había que provocar chispas golpeando dos piedras o frotando maderas ayudados por un pequeño arco, pero según le contaron, los antiguos no sabían hacer fuego y cuando lo encontraban en la naturaleza provocado por un rayo, lo tenían que conservar vivo pues dejar que muriera podría suponer el fin de la tribu. El fuego servía para cocinar la comida, que así era más digerible que la cruda, para calentarse, para curtir las pieles con su humo, para aguzar las lanzas para… para un montón de cosas.
Sorprendiendo a Zarsi fue el miedoso Bilgu el que primero se durmió. Parecía que la tensión de aquel día había podido con él. Ella sin embargo quería mantenerse alerta, la mujer de la cicatriz no estaba lejos y con ese pensamiento se frotó la garganta, pero había caminado tanto y tenía tanto sueño… Poco a poco sus ojos se cerraron y su mente comenzó a soñar con praderas llenas de caza y ríos con peces, porque obtener comida era la mayor preocupación de su pueblo y así se imaginaba el paraíso. De pronto en ese paraíso empezaban a escucharse gritos, gritos de pelea y quienes gritaban eran la familia de Jurgal y también... aquellos gritos no eran un sueño.
Zarsi se despertó de un salto y vio que la cueva estaba iluminada por el  fuego y que todos los hombres habían cogido sus lanzas y las mujeres estaban gritando, la de la cicatriz, más que nadie.
¿Qué pasa? ¿Qué pasa?–preguntó Bilgu a punto de llorar.
Zarsi también tenía ganas de llorar. Lo que quería era estar en casa con sus padres y con su tribu y no en medio de una pelea. Alguien, otra tribu más numerosa los estaba atacando y había arrojado antorchas encendidas dentro de la cueva para obligarlos a salir. Los gigantes eran fuertes, pero eran pocos y estaban hambrientos. Tenían poco que hacer.
La mujer de la cicatriz se acercó a Zarsi por detrás y la agarró por el brazo, arrastrándola hacia la entrada de la cueva.  Bilgu se abalanzó sobre la anciana, pero esta era mucho más fuerte que él y lo mandó al suelo de un manotazo. Por más que Zarsi se revolvía no podía hacer nada y sus pies apenas cubiertos por unos retazos de cuero se arañaban con el suelo de la cueva mientras pataleaba. Creía que era su fin, pero cuando la anciana llegó a la entrada no la mató, sino que la empujó fuera con todas sus fuerzas y luego a Bilgu. Los niños salieron despedidos como las piedras que se lanzan a los ríos para ver como saltan.

Los dos niños quedaron tendidos en el suelo, a los pies de los asaltantes. Cuando Zarsi alzó la mirada, vio a su padre con una lanza en una mano y una antorcha en la otra. Estaba asombrado. Rápidamente le pasó la lanza a un compañero y abrazó a sus hijos, llenándosele los ojos de lágrimas.  
Creí que os había perdido para siempre. Ya estáis a salvo. No os preocupéis hijos. Ya estáis a salvo.
Urgo soltó a sus hijos, cogió su lanza y las lágrimas se le secaron al instante. El amor filial fue sustituido por una mirada de odio, odio hacia quienes le habían arrebatado a sus hijos.
           –¡Matadlos!, ¡Matadlos a todos!  –gritó.
Los guerreros de la tribu alzaron sus lanzas con afiladas puntas de piedra para lanzarlas al puñado de gigantes que defendían la entrada de la cueva con garrotes y lanzas de punta de madera. Jurgal estaba entre ellos. Los hombres de la tribu de Zarsi eran más bajitos y menudos, pero les superaban en una proporción de tres a uno. Iba a ser una ejecución.
             –¡No! –dijo Zarsi. –No, por favor no.
Zarsi saltó de las filas de los guerreros y corrió hacia los gigantes. Se puso delante de ellos y volvió a gritar.
            –¡No!
Quítate de ahí Zarsi –bramó su padre.
No papá. Te quiero mucho pero no puedo dejar que los mates. No son peligrosos.
Son diferentes a nosotros –respondió Urgo sin bajar la lanza.
Sí, pero no por eso dejan de tener derecho a vivir. Ellos no me hicieron ningún daño. Me dieron refugio y comida cuando se hizo de noche.
Bilgu, para sorpresa de Zarsi, se unió a ella. Los dos hacían de escudos humanos para defender a sus nuevos amigos.
-        Por favor papá. Podemos convivir.
El padre dudaba pero las lágrimas en los ojos de sus hijos hicieron efecto y acabó bajando la lanza, siguiéndole el resto de los guerreros. Zarsi dio un grito de alegría y corrió a darle otro abrazo para darle las gracias. Sus amigos se habían salvado.
Vámonos a casa hija, tu madre te espera –le susurró aquel padre a su hija al oído.
Mientras Zarsi y los suyos se marchaban, la niña le lanzó una última sonrisa de despedida a Jurgal. Este se la devolvió, aunque tenía un matiz triste en su mirada, como si pensara que el tiempo de su gente estaba llegando a su fin. Eran los últimos de los Neandertales.

Francisco Castillo.
Historia en cuentos: de la prehistoria al Renacimiento, pp 7-18
Edit; Amazon

  •             ISBN-13: 978-1976715969

    •  Disponible tanto en digital como en formato papel en todas las tiendas Amazon.

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